lunes, 11 de febrero de 2008

Interludio

1 comentario:

Anónimo dijo...

Erice no nos muestra la lucha en el vacío, nos la muestra a través de Antonio López, que encara el reto con una emocionante sencillez, una prudencia consciente de las propias limitaciones y una sabiduría risueña, una personalidad amable que disfruta del camino porque sabe que no acaba nunca y que es puesta ante nuestro ojos con una transparencia tan pura que en ocasiones acabamos no sabiendo si nos emocionamos con la belleza cinematográfica del documental o con la personalidad del protagonista de la historia que éste cuenta.

Pero el filme es además una meditación sobre sí mismo. De modo que Erice, a la vez que reflexiona sobre cómo Antonio López intenta fijar sobre un lienzo los membrillos bajo la luz del sol, se mira a sí mismo mirando, es decir aborda entre líneas durante toda la película, y explícitamente al final de ella, como intenta captar la realidad que no es el membrillo sino el trabajo del pintor. Erice intenta fijar la realidad de como Antonio López capta la realidad, esta espiral reflexiva, este ejercicio, a mi modo de ver, fundamental en el arte, se convierte asimismo en “El sol del membrillo” en arte.

Pues la capacidad que tiene el cine, como ninguna otra forma de expresión, es precisamente la de mirar miradas para así descubrir mundos que proyectan hacia fuera lo que está dentro, que muestran, en terminología Kantiana, las categorías de pensamiento que se ejercen sobre el mundo percibido, que son, a la vez, comunes a todos e irrepetibles en cada uno. Mirar miradas para acabar mirando la nuestra.

El sol del membrillo construye una delicada y al mismo tiempo despiadada imagen de la realidad, bella pero implacable, dulce y hostil, condescendiente e indomable, servil y, sobretodo, inalcanzable. Y de una actitud posible ante ella: la de un artista que la admira, la quiere, la respeta y la vive dentro de sí con una intensidad tal que necesita hacerla suya, cogerla y fijarla, pero que a la vez alberga la suficiente sabiduría como para en ese deseo no olvidar que el verdadero placer está en vivirla